NO ME COMPRÉIS MÁS
LEÑA
Doña María
anda cerca de los noventa años, y la mujer lo sabe. Su
cabeza va perfectamente, y su piernas todavía también.
Pero María, este principio de otoño ha tenido un
catarro un poco fuerte, y la mujer se ha asustado. Así
que ha llamado a su hijo mayor, que vive en Madrid, porque quiere
hablar con él.
- Vale, mamá. Mañana, sábado, voy al pueblo
y hablamos. ¿Pero estás preocupada por algo?- le
pregunta Luis-. Del catarro, ya estás bien, ¿no?
- ¡Sí, sí!, el médico, don Celedonio,
me ha dicho que ya se ha pasado, y que ya puedo hacer una vida
normal. Yo no sé lo que entenderá este hombre por
una "vida normal" a mis casi noventa años. A
estas edades, lo normal es morirse, ¿no te parece, hijo?
- ¡Por Dios, mamá, qué cosas dices! Tú
estás estupendamente todavía y aún tienes
que dar mucha guerra!
- ¡Ay, pues no, hijo! A mí, "guerra" no
me apetece dar. ¡Ya hay bastantes en los telediarios! Bueno,
perdona la broma. ¿Qué tal por Madrid?, ¿Y
en el trabajo?
- Bien, mamá, todo bien. Mañana te lo cuento. Un
beso, y cuídate.
- Un beso, hijo. Hasta mañana. Y no te olvides de rezar
por las noches, ¿lo haces? Sobre todo, al Cristo del pueblo,
que es el que te cuida en Madrid porque, sin su ayuda, con lo
terrible que es esa ciudad, no tendrías más que
problemas.
- ¡Qué cosas dices, mamá! Madrid es una ciudad
fantástica.
- ¿Nada que ver con el pueblo, hijo! Aquí hay mucha
paz y, a las ocho, ya estamos todos en la cama, para madrugar
al día siguiente y oír cantar a los gallos. Sin
embargo, en Madrid, ni gallos, ni nada; no hay más que
atascos, que lo veo yo en la televisión... y vais a acabar
todos locos con tanto Corte Inglés y tanto Carrrefour.
Bueno, te dejo, que voy a echar de comer a las gallinas... ¿Sabes?,
"la Mariana" ha puesto un huevo grandísimo,
que es el orgullo del pueblo. Lo ha visto Matías, el alcalde,
y lo quiere llevar a la televisión local, para que lo
vean en toda la comarca, y luego no digan que en este pueblo
no hay huevos, como me ha dicho el alcalde.
- ¡Mamá!
- ¿He dicho algo malo, hijo? Pues, ya te digo, quería
que fuera yo también a la "tele", como propietaria
de "la Mariana", pero yo les he dicho que ya estoy
muy mayor para esas cosas, y que les enseñe el huevo el
alcalde a los de la "tele". ¡Ah, hijo, la vaca
ya no da leche!, ni gota. Lleva unos días totalmente inapetente.
No hay quien le haga probar la hierba. Y mira que yo le digo,
con mucha paciencia: "Tomasa, come algo". Y nada. No
me hace ni puñetero caso. Mira a la hierba como si mirase
al enemigo, y la desprecia olímpicamente. Me tiene preocupada.
Te dejo, hijo, que llaman. Serán los del INSERSO, que
están empeñados en llevarme de excursión,
los pobres. Y como yo les digo: bastante excursión hago
yo todos los días de la cocina al corral, para dar de
comer a las gallinas.
Al día siguiente, Luis llegó al pueblo a la hora
prevista. Su madre, le espera en el balcón.
- ¿Otra vez has cambiado de coche? -le pregunta Doña
María.
- Sí, mamá. El otro ya estaba viejo.
- ¿Viejo?, ¿pues cuántos años tenía?
- Doce, mamá.
- ¡Pues comparado con mi edad... !
Durante la comida, la madre relata a Luis las novedades del pueblo.
Y, en los postres, se lo dice.
...que digo, hijo, que este año ya no me compréis
más leña. Que con la que tengo, la que queda del
año pasado, pues que ya es suficiente...
- Madre, el invierno es largo...
- El invierno, sí, hijo, pero yo creo que yo... todo el
invierno, en fin, quiero decir... que cualquier día...
son ya muchos años... muchos, hijo... no debes comprarla.
Doña María se levantó de la mesa y, al pasar,
acarició la cabeza de su hijo. Luis contuvo la emoción
que le habían causado las palabras de su madre. Ésta,
se dirigió a la cocina y empezó a lavar los platos.
La leña ardía en el fogón, iluminando la
estancia, y también las lágrimas de la madre que,
afortunadamente, el hijo no vio.
Llegó el invierno, y también la primavera. Pasó
el verano y volvió a ser otoño. Y la leña
siguió ardiendo en la casa de aquella buena mujer que,
mirando el fuego que ardía en la chimenea del comedor,
y con Mariana, su fiel gallina, a sus pies, se preguntaba, extrañada,
que hasta cuándo Dios la iba a tener en el pueblo.
-¿Lo sabes tú, Mariana? -Le preguntó Doña
María a su querida gallina, cogiéndola en su regazo.
Mariana tampoco lo sabía, pero deseaba fervientemente
no vivir más que su dueña o, como mucho, hasta
el mismo día. El tiempo y Dios quisieron que los deseos
de Mariana se cumplieran y un amanecer de aquel nuevo otoño,
Mariana no oyó cantar al gallo. Doña María
lloró la pérdida de su amiga y llamó al
alcalde, para comunicarle la triste nueva.
- ¡Ay, que ver! -exclamó, incrédulo el edil
-¡Con los huevos que ponía!
-¿Y yo cuándo? -Le preguntó María
a su amigo Matías, el alcalde.
La respuesta la dio la leña, que ardió varios inviernos
más, calentando las piernas, y el corazón, de aquella
bendita mujer.
UN REY EN MI ASCENSOR
A Don Juan Carlos
I, Rey de España,
con cariño y profundo respeto.
El sueño se ha repetido
muchas veces en el tiempo. El Rey don Juan Carlos venía
a verme a mi casa (honor que yo no comprendía), pero nunca
llegaba a entrar en mi vivienda. No le daba tiempo porque el
sueño siempre se desvanecía cuando el monarca estaba
a punto de alcanzar mi piso en el ascensor. Ahí, en el
ascensor, se rompía el sueño. Desaparecía
la imagen del Rey. Y yo me quedaba muy desilusionado, claro está.
A veces, pensaba que quizá el Rey no viniera a verme a
mí, sino a otro vecino más importante de la escalera
y por eso nunca llegaba a mi domicilio, pero entonces, ¿por
qué lo soñaba yo? Y, además, un sueño
tan repetido.
- El Rey ha venido otra vez a verme esta noche- le decía
al despertar a mi mujer.
- Sí, y a mí el Obispo de Roma - me contestaba
ella, mientras se daba la vuelta en la cama y me decía,
como siempre, que me preparase yo el desayuno.
- Te lo digo de verdad. Lo que pasa es que no ha llegado a salir
del ascensor. Me preocupa esta historia, Marta. Igual el Rey
me quiere decir algo y no lo consigue. Esta noche domiré
en el portal. Así lo espero allí, y no tiene que
coger el ascensor.
- ¡Tú estás loco, Pepe! Cada día más.
Eres víctima de tus sueños. Y, además siempre
tuviste aires de grandeza. ¿Pero tú te crees que
el Rey no tiene otra cosa que hacer que venir a verte a ti? ¿Para
qué? ¿Para contarte algún secreto de Estado?
¡No digas tonterías, hombre!
- Sí, si estoy de acuerdo contigo. Por eso no lo entiendo.
Pero el sueño se repite tanto... en fin, me voy a levantar.
El trabajo me espera.
A mí, el sueño me gustaba mucho, aunque no llegara
a completarse. Pero es curioso: no veía al Rey como un
monarca, sino como a un amigo. Un amigo que era rey. Se lo comenté
a un compañero de la oficina.
- Es significativo - me dijo Martínez, que era un tío
muy majo, y muy comprensivo, más que mi mujer, desde luego-.
¿Has tenido alguna vez relación con la Casa Real?
- Pues sí -le respondí-. En dos ocasiones, que
recuerde. Cuando testimonié mi pésame por la muerte
de la Reina Victoria Eugenia, y el poema-romance que escribí
a su memoria. El poema se lo mandé al Rey a la Zarzuela.
- ¡Pues ya está! -dijo Martínez.. Ese es
el sueño: es como si el Rey te quisiera dar las gracias.
- Ya lo hizo a través del Secretario General de su Casa
Real, en una carta que tengo enmarcada. Un día que vengas
a casa, te la enseño. También te leeré el
poema dedicado a la Reina Victoria Eugenia. Es muy bonito, ¿sabes?
Me gustaría que algún día alguien le pusiera
música y se cantara, ¿qué te parece?
- Una idea estupenda, no lo dejes
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Desde la ventana de mi casa
veo como cada año viene el Rey a inaugurar y clausurar
un curso de altos mandos en un centro militar. ¿Será
por eso mi sueño? Un sueño tan curioso... y tan
pretencioso a la vez. Cuando estaba metido en estos pensamientos,
sonó el teléfono de mi casa.
-¿Pepe?
- Sí, soy yo.
- Soy Ana. ¿Qué tal estás?
- Muy bien, ¿y tú?
- Como siempre. Trabajando, para no perder la costumbre. Oye,
esta tarde se inaugura la nueva sala del Museo. Vendrán
los Reyes. Estás invitado.
-¿Qué casualidad! - le dije a mi amiga-. El Rey
ha estado hoy en mi casa.
- Para ser tan temprano, veo que tienes muy buen sentido del
humor. En fin, te espero esta tarde.
- ¿A qué hora?- Pregunté.
- ¿No te lo ha dicho el Rey cuando ha estado en tu casa?
A las ocho. Bueno, Pepe, te dejo que me está esperando
Doña Sofía para desayunar juntas en la cafetería
de la esquina.
A la hora señalada, me acerqué al Museo para la
inauguración. Ana era la jefa de prensa. Los Reyes fueron
puntuales, como siempre. Después de la inauguración,
los responsables del Museo ofrecieron una copa a los invitados.
Los Reyes, con las autoridades, en un salón especial.
Y el resto de los numerosos invitados, entre los que me encontraba
yo, en otras dependencias. De repente, las puertas de la sala
en donde se encontraban los Reyes se abrieron y don Juan Carlos
se dirigió con paso decidido hacia donde estaba yo, saludándome
muy cordialmente, mientras me tendía su mano. Supongo
que el canapé que me estaba comiendo en ese instante,
se me atragantaría ante la sorpresa. Tanta gente en aquella
reunión, y yo tuve el honor de ser el primero en recibir
el saludo de tan insigne personaje. Por supuesto, en aquella
situación que estaba viviendo no me atrevía a contarle
al Monarca mi sueño, lo del ascensor, aunque estoy seguro
que le hubiera hecho mucha gracia. Su cordialidad, simpatía
y sencillez, así me lo hacen creer. pero mi timidez me
lo impidió.
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Hace tiempo que ya no tengo
el sueño del ascensor. Pero mi sorpresa, mi gran sorpresa,
ha sido esta mañana cuando, por fin, el Rey ha venido
a mi casa, y ha entrado por la ventana del comedor, protegido
por unas cuerdas que yo he visto perfectamente.
- Cuidado, Majestad, no se vaya a hacer daño -le he dicho,
mientras le ayudaba a entrar en casa.
- No te preocupes -me ha respondido-. Soy un buen deportista.
Mi alegría ha sido inmensa. Mi sueño se había
cumplido. Por fin había podido ofrecer mi humilde casa
al Rey. Sólo estuvo unos instantes. Sus múltiples
actividades requerían su presencia en otros sitios, pero
él había querido darme la satisfacción de
venir a mi casa. Durante su breve estancia en mi hogar, le dije
que era escritor y que tenía publicados varios libros.
Se los iba a regalar, cuando desperté de este increíble
sueño. |
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