CENIZA A LA QUE NO RENUNCIO
Por alguien que ahora sueña
y en el sueño recuerda estas palabras
(selección de textos)

Jorge Souza

Lo originario en el hombre (...) es aquello que desde el principio del juego
lo pone sobre otra cosa que no es él mismo; es aquello que introduce en su experiencia contenidos y formas más antiguas que él y que no domina; es aquello que, al ligarlo a múltiples cronologías, entrecruzadas, irreductibles con frecuencia unas a otras, lo dispersa a través del tiempo y lo llena de estrellas en medio de la duración de las cosas.

M. Foucault

Maitines

Yo no sé escribir y soy un inocente,
Nunca he sabido para qué sirve la escritura y soy un inocente.
No sé escribir, mi alma no sabe otra cosa que estar viva.

Gastón Baquero

Es de mañana, cualquier hora. Sobre el zumbido de los autos, sobre la escoria que se desprende quién sabe de qué alturas se pierde el silbido de un (último) pájaro. ¿Dije pájaro? Yo me levanto apenas. Saco el pie, absolutamente blanco de la cama. Muevo el cuerpo (éste costal de carne) aflojado por el golpe constante de la muerte, por los pequeños males cotidianos, por el roce continuo de las espinas de la noche.

Luego vienen el túnel, el pasillo, las largas escaleras, el descenso; una perilla que abre la cochera, la puerta del viejo auto que esta mano ajena, que no parece mía, maniobra con destreza. En el aire se agita el polvo de la prisa, la respiración insuficiente, la imagen (las palabras) que habrá de defender durante el día.

Luego las calles grises, los rostros denodados, los árboles cubiertos por el hongo. La oficina sin alas, el escritorio blanco, el teclado sin nombre, los laberintos de la cibernética, esperando. Y en el aire, decapitado, el cadáver del día, la copa negra.

El mundo es una mancha en el espejo.
David Huerta

I
Ahora me levanto, diluyo la mirada en el espejo
veo este hombre que soy/ este individuo/
que intenta sonreír mientras la mancha
en el vidrio profundo lo devora.

II
Miro al espejo: este hombre
en que me he convertido.
Sus miembros largos, la cabeza imposible
sostenida tan sólo por un delgado cuello.

Padezco su desnudez involuntaria.
Su piel cansada que reclama el tacto/la caricia.
Su sed de manos tuyas, de tu cuerpo.

Su insistencia en hacer volar los sueños
en fabricar puñados de palomas.

Entro en mi corazón como una barca
y dejo que sus velas me conduzcan.

Miro al espejo, este hombre
esta figura endeble
abre la boca al fin, milagroso,
echa a volar los pájaros y el río.

***

Duermo al fondo del pasillo
junto al foso que cuelga del espejo
y miro ahí la sombra retratarse
en paredes de cal y puertas viejas.

A veces busco un ojo en las cantinas
un violoncelo herido, unas palabras
un poco de limón con su cerveza
o un pedazo de mí, en alguna silla.

Navego en soledad
sobre el lomo del siglo que agoniza
siento su golpe destrozar mi tiempo
y su perfume, artero, dislocarme.

Otras veces escucho su jadeo
espinoso surgir desde mis vísceras
cuando duerme en mi cama, su cadáver.

***

Doy un trago al café. Miro mi mano
la cicatriz del dedo, su aspereza.

Alguna vez estuve en el principio
y mi ojo de ágata, quieto como una roca
retrató el amplio grito del relámpago
la tierra del silicio y la ceniza

Bajo mi piel ahora alguien recuerda
alguien habla del viento
y sus paredes
alguien teje otra vez viejas palabras
sobre el veneno claro de la vida

Doy un trago al café. Todo regresa
todo vuelve de nuevo
hasta nosotros .
La boca busca otra vez los nombres
que tuvieron las cosas algún día.

Todo se va de nuevo. Doy un trago.
Ninguna cosa es. Nada regresa.

Ninguna cosa fue :sólo este viento
levantando espejismos :esta arena
que se llama la vida, entre las manos

***

Esta es la máquina de escribir
colocada en esta mesa.
Éstos, mis dedos tecleando las palabras.

Esta es la cara mía que se marchita
y éste, mi cuello con su vena ardiente.
Ésta es la silla muda, éste es el cuarto
y estas son las paredes manchadas por los sueños.
Ésta es la cama y aquel es el espejo
en donde habita un hombre que envejece
y que a veces me mira desde lejos .

Éstas son mis pupilas y mis párpados
y éste, mi corazón con su latido
y ésta, la lengua mía que se apasiona
y éste, mi cuerpo mío que empieza a hundirse
como un molusco suave en este río
mientras lluvias de sal cubren el mundo.

***

He dejado mi cuerpo en el olvido
mis ojos en el gris rincón del cuarto
la noche inundó ya mis cajones
y los cauces abiertos de la sangre
avanzan al desastre o al milagro.

Ah, quede sin oficina y sin archivos
sin frenos de poder, sin documentos,
con la ropa de ayer, la muela rota
y este polvo mordiéndome la carne.

No volví a la familia, me extravié
entre calles que abrieron sus esquinas
y vinieron a ser un laberinto

Me quedé con recuerdos y tatuajes
quitándome la luz de las pupilas
y en mi cuello bebiendo como pájaros.

Jorge Souza
(Guadalajara, Jalisco )
Estudió la maestría en Filosofía en la Universidad de Guadalajara.
Ha obtenido varios premios en certámenes literarios nacionales y colaborado en numerosas revistas y suplementos periodísticos. Actualmente es investigador del Departamento de Estudios Literarios de la Universidad de Guadalajara, y jefe del cierre de edición en el periódico Público.

Ha obtenido varios premios nacionales. Ha publicado los poemarios Tela de la araña, Sabedores tristísimos de ningún remedio, Luz que no vuelve, Saliva de que dioses, En las manos, la niebla, Las Cifras del fuego.

Este poemario del que publicamos un fragmento fue premiado en 2002 y será publicado por ediciones Monte Carmelo próximamente

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