El opio de la muerte

in memoriam
a don Juan Toledo Castro
a doña Lila Manzur Ocaña

Opio de la muerte
que se dilata
en el silencio del cuerpo caduco:
te derramas, sin pupilas ya,
eternamente lento,
alzando como único recordatorio
la permanencia de los huesos.
En las postrimerías del alma
embarcada en la nave mágica,
¿cuánto de las humildes penas,
de lo que en vida desgarra
y convierte en fuego
les permites recordar?

¿Hasta dónde llega la videncia?
¿Hasta dónde la ceguera?
¿A qué velocidad transita el alma
ahora que difuntos
se despojan de gravedad?
¿Se acuerdan acaso de las caricias,
del feroz deseo?
¿Se acuerdan del frío y del calor?
¿Saben todavía los crípticos secretos
que todos tenemos callados
en el sótano de una alcoba?
¿Se acuerdan siquiera del corazón
o se desintegró también con la sangre
todo aquello que lo hacía latir:
mirada, relámpago, trueno,
caliza de las paredes impregnadas del pasado?

Ah, el rebaño de la memoria congregado inútil
y servilmente
en el granito de los que se adelantan.

Rubíes, cáscaras

Rubíes, cáscaras, párpados:
palabras, aunque no dichas, pensadas.
Todo en la muerte se disuelve.

Grillete

El cuerpo es el que se deshace
del alma,
la eterna insomne:
no al revés.
Que los adioses esperen afuera:
aquí es la casa del deseo.

Y nosotros pernoctando un día más
en un lugar de la memoria.

La invisible pizarra del día

Gritos, silencio del mar
que se traga a los ahogados
y los devuelve a selvas de algas y liquen.

¿Quién borró el tenue instante,
tus yerros accidentales
en la invisible pizarra del día?

¿Será la luz del sol ajena a tu oscura letanía?

¿Quién, del amor, del futuro,
del edén negado aquí abajo en las corolas
de terciopelo malva, en la sonrisa de tu hija,
la mano de un ángel,
quién, qué, cómo
se derrama la luz sobre la sombra
para que el ave cante aún?

Que se cierre tu palma.
Que tu epitafio recuerde
que alguien, algún día,
existió
donde estabas tú.

Ermitaña

Como un hombre solitario
habitabas un pueblo con un solo árbol
donde migraban al anochecer
todos los pájaros de la comarca:
látigo vermellón, pardo, color de arena,
en el trasfondo azul eterno del cielo.
Diario ibas a un sepelio imaginario
pero tú misma moriste intestada,
iglesia que los fieles fueron desertando.
Eras piadosa: rendías culto
a las parvadas que hacían de tus tardes
un simulacro de fuegos de artificio.

Demasiado tarde

No pudiste hablar con Dios
ni con sus enjambres seráficos:
coros de luz contra la sombra.
Sólo pudiste hablar con aquel hombre
sólo con su hambre de ti,
el mar que los unió.

Y dejaste apenas
en la estela de tu claroscura comarca
infinitos espejos
donde nuestras voces
se reflejan hasta encontrarse.

Horas

El tiempo se nos escapó
para extraviarse
en el laberinto de las horas,
golondrina extraída del silencio
como Eva de una simple costilla.

Manecillas

Quise arroparte
cuando te ibas a dormir,
ausente de luz.

Las manecillas son pájaros:
nos dejaron sin tiempo,
alzando el vuelo
hacia el nido solar.

Tanto mar

Tanto mar llorando yo tu lágrima
sin tregua de las aguas
que trenzaron el estrecho.

Río de colores cuesta abajo,
el granizo de tus palabras.

La aparición

El gran puente no llevaba hacia ti.
Engenio Montale

Te me apareces en sueño, desalumbrada,
y sin embargo
ni la sombra cabe en ti.
Tembloroso tu rostro adentrado por la luz.
De tu voz brotan relámpagos
que difícilmente abren brecha
por el laberinto de las cosas ignotas:
aflora entonces
lo que pudo haber sido tu nombre.
Aun desde aquel mundo tuyo
(ánimas en vagancia presas)
puedes todavía urdir un nombre falso.
No te basta mi hilera de veladoras.
¡Atravesar el aire, las aves, la sierra,
abrir su clamor de manantiales y pinares,
viajar desde el cielo tuyo
para mentir otra vez!
¿Qué daño te puede hoy hacer la verdad?
No me digas
que quedaste ciega como alma de vivo,
que en ti nada pudo la muerte
con su oleaje súbito de eternidad.
Oculta
el alumbre que escondías en vida.
Te pido no me hables más.
Te prefiero sin nombre
que con uno que no te pertenezca.

A pesar de los colores

A pesar de los colores,
el duelo.
A pesar del triángulo,
la esquina con sus noventa grados.
A pesar del azogue,
el espejo ciego.
A pesar de ti,
yo misma.

Orilla

Te quedaste siempre en la orilla,
costeando, incansable, por el litoral
de cara al horizonte:
nunca tierra adentro.

Tenías una patria sonora:
aguas que inundaron el sol ribereño.
Y más allá de la heredad solariega,
nunca, hasta oír el clarín de partida,
consentiste en abrir las garitas.

Habitamos

Habitamos antaño la región más oscura:
una ciudadela de campanarios de humo.
Nos vimos ceñidas de laureles de sangre.
¿Cuánto no nos habrán llamado las luminarias?
¿Y cómo recuperar aquel ocaso precoz?

Muerte le dicen los místicos,
rosa los amorosos,
poema el poeta.

Enramada de víboras

Enramada de víboras, follaje de fuego:
el árbol genealógico de nuestro apellido.

Me perdí en el aliento de tu noche,
en sus anillos y alas pardas.
Al no convocarme a tu sepelio
(ay, tardanza de tus altares
consagrados al cierre de los párpados),
me hiciste recorrer de la cúpula a la cripta
tu voz apagada, el fango claro de tus ojos.

Aún me inmola tu soplo, el incendio, tu palabra.

Liminar

Se prendieron uno a uno
los sombríos luceros.
Liminar, tu ángel custodio,
perdido en una hondonada
de voces que se tocan,
tensó la cuerda floja de mi estera.

Paulatinas, frágiles,
mis parcelas se tornaron invisibles.
Desaparecí quebradiza
donde te sepultó la negrura,
donde naufragó tu puerto.

Se prendieron uno a uno,
los sombríos luceros de tu alma.

Pensamientos sobre la voluntad de Dios

- I-

Permíteme dudar que Dios tenga voluntad.
Tal vez tenga simplemente estancia.

- II-

Con o sin embargo, la luz te amanece
y Eva sí comió la manzana.
Era año bisiesto y una agujeta mal amarrada
fue motivo de tu Caída.

-III-

En cuanto a Noé y su tripulación,
sospecho que el Arca aún no llega a su destino.

-IV-

De ser Dios, como tú lloraría
el recuerdo del prístino valle,
la costilla sobrante, arrepentido.

-V-

Ha de bendecirte el Padre, testigo ocular
de nuestra luz que día a día se desvanece
en ocasos de zozobra,
bendecir tu muerte que hubo de desgajarnos
de la tierra firme, de la tierra nuestra.

-VI-

El solar donde moriste se llama relámpago.

- VII-

Vendrá la vida y tendrá nuestro nombre.
Llevará en el dedo, como sortija,
la alianza de nuestro destino.

Pobre Eva

Pobre Eva.
Paupérrima Eva.
¡Hubiese sabido, en la crispación
transparente de la primerísima ave,
lo que una banal manzana
iba a conllevar para sus vástagos!
Hubiese ignorado las artimañas de la víbora,
fingido no verla, tapándose los oídos.
Ahora, en lugar del zaguán concurrido al atardecer
donde caminen del brazo parejas bien vestidas,
está la monástica guardia
de lo que ella y Adán te heredaron:
el añoso dolor de pastorear en comarcas yermas.

   
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