EL VAGÓN NÚMERO TRECE


Renzo Gaitán recordó entonces las palabras del chamán Tamatz Kallaumari, aquel indio mexicano de la tribu de los huicholes: “deberás subir al tren en una bella isla del país que llaman España. Cuando las agujas del reló se detengan en las siete en punto buscarás el vagón número trece y allí encontrarás a María Sabina; aún con el riesgo de volverte loco, ella te concederá el deseo que más anheles, y antes del minuto siete, deberás regresar a tu vagón de origen, de no ser así, quedarás atrapado en el tiempo y ya nada tendrá principio ni fin para ti”. Aquellas palabras resonaban insistentemente en la cabeza de Renzo Gaitán aquel 15 de agosto en que, subido al tren del Sóller en la Isla de Palma de Mallorca, miró el reló de pulsera con insistencia y algo nervioso. Cuando dieron justamente la siete, Renzo Gaitán clavó su fría mirada en la de su esposa y su corazón empezó a palpitar aceleradamente. Comenzó a sentir entonces una rara sensación de malestar en el bajo vientre, y un sudor abundante y frío recorrió todo su cuerpo.

-¿Querida, estás completamente segura de que estamos en el último vagón de este tren?

Patricia miró a su marido un tanto confundida sin comprender muy bien el motivo de aquella inesperada pregunta.

- Pues claro, estamos en el vagón número doce, el último de este tren, lo dice aquí bien claro, ¿no ves?

Renzo Gaitán miró el billete que le mostraba su esposa y se alteró aún más.

- ¡Corbacho! Yo juraría que debería haber otro vagón más en este maldito tren, el vagón número trece.

Patricia movió la cabeza como negando, y en un acto de incomprensión hacia la actitud adoptada por su esposo, frunció el ceño.

- Vamos a ver, Renzo, ¿te ocurre algo?, te noto tan extraño... que me estás empezando a asustar. Mamá tenía razón cuando dijo que deberíamos habernos tomado unas merecidas vacaciones.

Renzo Gaitán, sin tener un aparente motivo justificado, se puso blanco como la cera y se le agudizó esa extraña sensación de vacío en el estómago.

- No, no es nada, querida, de veras, es simplemente la necesidad de ir al baño con extremada urgencia lo que me hace estar así de raro.

Patricia miró una vez más por encima de la gafa “Sergio Tachini” de montura azul marino a su irreconocible marido.

- Pues los baños del tren están allí enfrente, querido, en el segundo pasillo, ¿ves la luz verde de “LIBRE”? Anda y descarga, hijo, y sobre todo tranquilízate...

Renzo Gaitán, con la corbata fuera de su lugar y la chaqueta desabrochada, tomó el pasillo a lo largo de aquel lujoso tren de la Red Nacional de Ferrocarriles Españoles, en dirección contraria a la indicada por su esposa ante los impactados ojos de la misma. Allí se topó con el revisor, un señor de carnes prietas y pelo color nieve.

- Por favor, señor revisor, estoy buscando el vagón número trece con mucha urgencia, ¿podría usted indicarme cómo llegar hasta él?

El revisor miró a Renzo Gaitán de arriba abajo para terminar explotando en sonoras e incontroladas carcajadas.

- ¡Otro loco!.... jajajajajajaja... ¡qué pregunta! ¡Dios mío!.... jajajajajajaja... ¡el vagón número trece!... jajajajajaja.... jajajajajaja.... Cada año por esta misma fecha... hay algún chiflado que... jajajajaja... pregunta... por ese maldito vagón... jajajaja... ¡Esto es para morirse de la risa!... Jajajajaja... jajajajaj.... jajajajaja.

Aquellas tan desmesuradas como extrañas carcajadas del revisor se instalaron en el cerebro de Renzo Gaitán punzándolo con tal fuerza que pronto notó una especie de desvanecimiento. Todos los sonidos que captaban sus oídos llegaban totalmente distorsiados hasta su cerebro y se mezclaban, extrañamente, con otro tipo de sensaciones que acabaron por hipersensibilizar sus sentidos. En cuestión de segundos Renzo Gaitán se desplomó yaciendo insconsciente a lo largo del suelo de goma gris de aquel misterioso vagón en donde se podía leer claramente las siglas “RENFE”. Al rato le despertó un intenso olor a aloe que le hizo volver de nuevo a su estado de conciencia. Fue entonces cuando Renzo Gaitán intentó incorporarse en dos fallidas ocasiones, si bien finalmente logró hacerlo gracias a la oportuna ayuda de una delicada mano femenina que lo levantaba por las axilas.

- Buenas tardes, señor Renzo Gaitán, soy Maria Sabina.

Renzo Gaitán no tardó en relacionar aquel nombre con la profecía del indio huichol mexicano.

- ¿María Sabina?, claro, ese nombre..., así que éste es el vagón...

- Así es, señor... Bienvenido al vagón número trece.

María Sabina era blanca como la nieve y bella como una escultura de Falconet. Su cuerpo se transparentaba en su totalidad y estaba vestida con tules rosados, azules y verdes. Su figura se iba haciendo cada vez más nítida y estilizada ante los ojos de un impactado Renzo Gaitán que no tardó en verla plañir como una dolorosa de Mena. En ese instante, cientos de mariposas multicolores iban saliendo de la boca de aquella mujer a las que daba vida con su sólo aliento y se iban depositando en las paredes del tren formando un maravilloso tapiz cromático.

De repente, el tren empezó a silbar de manera ensordecedora y Renzo Gaitán pudo ver cómo un coro de chamenes, que aparecieron como por arte de magia, comenzaron con sus cantos:

"Soy una mujer que llora,

soy una mujer que habla,

soy una mujer que da la vida..."

Renzó Gaitán echó un vistazo a su alrededor y vio a muchos pasajeros ataviados con extraños ropajes que permanecían inmiscuidos en sus conversaciones con total y absoluta normalidad y sin el menor gesto de asombro hacia lo que estaba ocurriendo allí dentro. De pronto, María Sabina, incumpliendo las leyes gravitatorias, fue levitando hasta conseguir alcanzar el techo del vagón. Ahora su vestimenta fue reemplazada por una túnica blanca con motivos marinos y una corona de amole. Sus ojos se convirtieron en dos ascuas y su piel alcanzó la tersura del marfil y la suavidad del terciopelo. De su cabeza emanaba un cuasi cegador resplandor a modo de corona de santo, y con las manos abiertas, sujetaba un pañuelo de seda blanca.

Su voz cambió y parecía de ultratumba:

- Señor Renzo Gaitán, a partir de este momento comienzan siete minutos para hacer realidad el más grande de sus deseos. Pídalo, pues le será concedido.

Renzo Gaitán tenía un sólo deseo desde hacía mucho tiempo: poder hablar durante esos siete minutos con el más grande genio de las letras españolas del siglo XX, con su maestro Camilo José Cela, de quien había bebido de su sabiduría en la última etapa de su vida, y tal era su admiración hacia aquel hombre, que no tardó en implorar, ante grandes sollozos, al poder de María Sabina para que le permitiera convertir aquel deseo en algo tangible.

En el instante de hacer su petición, doce mujeres bajaron del techo del vagón número trece y se adosaron a las paredes del mismo, miraban hipnotizadas las llamas de los cuatro cirios colocados en los extremos del mágico vagón, el viento fresco entraba por la puerta abierta de par en par que dejaba ver perfectamente los raíles de una vía estrecha llena de espinos de los que colgaban objetos multicolores. A lo lejos, como si de una hermosa pintura de Koch se tratara, se divisaba la Grecia Clásica con su Partenón, el Erecteión y el Teatro de Epidauro, y un kurós y una kuré desnudos, que traían entre sus manos sendos libros de la vida, se acercaron hasta las puertas del mágico vagón y abrieron la página por el siglo XX español. Entonces Renzo Gaitán tuvo la sensación de que el tren frenaba en seco sin que la fuerza de la inercia ejerciera ningún impacto sobre su cuerpo ni sobre el del resto de los allí presentes. El cielo se volvió rojizo y una suave y cálida brisa de desconocida procedencia, no tardó en acariciar su piel y hacerle sentir un infinito bienestar. Acto seguido, por los libros de la vida que dejaron abiertos el kurós y la kuré griegos sobre un atril de mármol de Carrara, fueron saliendo una serie de personajes que Renzo Gaitán no tardó en identificar..

- Soy Pascual Duarte, el primer pesonaje del insigne escritor Camilo José Cela. Cometí muchos crímenes, aterroricé a cuantos oyeron de mis hazañas, mas hoy estoy aquí para conocerte, Renzo Gaitán, pues salí de la pluma del más ilustre literato desde Cervantes, de ése hacia quien tanta admiración profesas.

Y tendiendo la mano hacia Renzo Gaitán le ofreció soyate, una planta con efectos mágicos. María Sabina, como enloquecida, comenzó a dar grandes gritos y se oyeron unos golpes secos por todo el vagón.

El coro de chamanes siguió con sus cantos:

"Soy una mujer que golpea,

soy una mujer espíritu

soy una mujer que grita..."

María Sabina, aún sostenida en el aire y ayudada por la ninfa Soraya, quemaba copal en un incensario de barro y Pascual Duarte enmudeció para irse desvaneciendo con el intenso humo del incensario. Ahora una golondrina salida de la nada, se posó en la cabeza de Renzo Gaitán, mientras el coro de chamanes continuaba con su oratoria:

"Soy una mujer del aire

soy una mujer de luz

soy una mujer pura

soy una mujer muñeca

soy una mujer reloj

soy una mujer pájaro..."

La golondrina llevaba en su pico un reló de oro que colocó en el cuello de Renzo Gaitán, mientras éste aspiraba el olor del soyate entregado por Pascual Duarte. María Sabina habló entonces, dirigiéndose a Renzo Gaitán con voz profunda:

- Debes controlar el tiempo que vas a hablar con Camilo José Cela, si sobrepasas los siete minutos mágicos, quedarás por siempre atrapado en este vagón y perderás la conciencia del ser humano, tendrás por siempre el mayor de los sufrimientos y tu fin jamás será la muerte, sino el dolor eterno.

Al pronunciar aquellas palabras, surgió por cada asiento del vagón número trece una columna jónica rematada en su capitel por un motivo floral y de la puerta que dejaba ver el raíl de espinos con el fondo de la Grecia clásica, apareció la solemne figura de Camilo José Cela portando una corona de laurel y un libro.

Los chamanes silenciaron, María Sabina enmudeció, la ninfa Soraya se convirtió en pétalo de rosa y las doce mujeres hipnotizadas se fueron transformando en cariátides griegas. Habló Camilo José Cela con la solemnidad del eterno sabio:

- Tú, Renzo Gaitán, mi hombre de confianza mientras compartí contigo el oxígeno de la tierra, mi más leal amigo y mi compañero de fatigas, te doy este libro dedicado de mi pobre títere, Pascual Duarte, para que ocupe un lugar privilegiado en tu corazón, podrás revivir con él las hazañas de mi antihéroe cada vez que así lo estimes, podrás descansar en mi Pabellón de reposo o pasearte por el Madrid de la posguerra dibujado en las míticas páginas de mi obra La Colmena, revivirás las Nuevas andanzas y desventuras de Lazarillo de Tormes y hablarás con Mrs. Cadwuell y con su hijo mientras descubres el lenguaje de La Catira, podrás descender por el Tobogán de hambrientos y toparte con San Camilo 1936, comprenderás entonces que mi Oficio de tinieblas 5 lo compuse mientras interpretaba una Mazurca para dos muertos, acompañarás a Cristo versus Arizona, serás testigo de El asesinato del perdedor, tendrás conciencia de La cruz de San Andrés y finalmente verás que todo cuanto te rodea se habrá transformado ante tus ojos en simple Madera de boj... En definitiva, mi añorado Renzo Gaitán, mi más fiel amigo entre los fieles de la tierra, mi entrañable confidente y mi sempiterno secretario, podrás pasear por las páginas de mis libros, siempre que tú lo desees, de la mano de mi más querido personaje, de Pascual Duarte, él será el intermediario entre el ahora tu mundo y el mío. Que así sea.

Renzo Gaitán, postrado ante la magistral figura de su maestro Cela, empezó a sollozar, mientras le besaba los piés, y artículo un completo monólogo a modo de tragedia griega sosteniendo una daga de oro blanco con el mango de plata en donde se podía leer grabadas unas iniciales: C.J.C.

La daga se materializó con tan sólo pensarlo.

- Señor y amigo Don Camilo, cuando vos me dejó huérfano de su persona en este planeta al que llamamos "Tierra" para iniciar su celiana andadura hasta los jardines del olimpo, en viaje semejante al que emprendiera Odiseo desde Ogigia por mandato de los dioses, algo muy dentro de mí se fue con vos a la tumba de Iria Flavia. De vos aprendí las siete virtudes de los sabios eternos: la lealtad, la destreza, la ocupación, la inquietud, el amor, la contemplación y la autoconfianza. Vos me enseñó que ni tan siquiera la inmensidad del Océano puede ser comparable con la grandeza del corazón del hombre, y que el ser humano, con conciencia de libertad desde la perspectiva del arte, se convierte en libérrimo cuando descubre la magnitud de una prosa cincelada a base de plumillero por algún clásico literato. Vos me supo mostrar, como nadie, las artes de la constancia, la prosa célere, el gusto sublime por el arte de la escritura, vos me hizo deleitar hasta lo sublime con su verbo ágil, me supo transmitir la vehemencia del artista inculcándome la pasión por la literatura y me hizo subir al paraíso de las deidades en cada momento en que le ofrecía mi simple y humilde ayuda en su despacho de genialidad. Así, vos es digno de mi admiración y a vos me debo por los siglos de los siglos. Por ello, mi amado maestro, ante vos me he de segar la vida para unirme de nuevo con su eterna majestad.

En ese instante, aparecieron los huérfanos de guerra vestidos de acólitos que sostenían un palio bordado en oro, bajo el cual albergaron la majestuosa figura del solemne maestro y Premio Nobel. Cela entonces, se acercó hasta Renzo Gaitán e hizo desaparecer la daga, nada más tocarla, y dejó caer su libro de La Familia de Pascual Duarte mientras su imagen se esfumaba dibujando en el aire una sutil sonrisa que quedó grabada perennemente en la retina de Renzo Gaitán.

Antes de cumplirse el minuto siete, la ninfa Soraya, convertida en pétalo de rosa, se desvaneció en el aire dejando un suave aroma a magnolias, las doce cariátides griegas se conviertieron en asientos de pasajeros y las columnas jónicas tomaron la forma de equipaje. En ese momento descendió María Sabina y besó en la frente a Renzo Gaitán quien sintió un profundo sueño.

Al volver en sí percibió de nuevo las carcajadas del revisor, quien no había dejado de reír en todo ese “tiempo muerto”.

- Ande, ande... con que el vagón número trece, ¡eh!, jajajajaja... Este tren sólo tiene doce vagones, ¡entérese bien!, señor, do-ce.

Renzó Gaitán, rebosante de una gran energía y con la mayor positividad del mundo, vio en el suelo el libro de Pascual Duarte regalado por su maestro Cela en ese “semiestado de catarsis”. No dudó en cogerlo, tocarlo, hojearlo e incluso olerlo y notó que era totalmente físico. Dibujó entonces la mejor de sus sonrisas en su rejuvenecida y pletórica cara, y con el libro dió dos golpes en la cabeza del revisor.

- ¡Corbacho!, señor revisor, no se ría nunca más de aquél, que como yo, preguntemos por el vagón número trece. Con toda probabilidad podría no ser un vagón físico, material, tangible... pero existe, se lo aseguro; quizá sea el vagón interior que todo el mundo llevamos dentro pero que muy pocos sabemos descubrir...

¡Piénselo! ¡Se lo regalo!

El revisor se quitó la gorra, se rascó la cabeza con el dedo índice y se quedó pensativo:

- O es un loco, o está demasiado cuerdo.

   
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