Pero, si se trata de un espejo
¿quién lo está mirando?


Mario Heredia



“Solo la relación que existe entre los amantes
es tan estrecha y solidaria como la que existe
entre el supliciador y el supliciado”
Salvador Elizondo


Sí, lo miraban mientras iba colocando las velas en su pastel. Siempre lo miraban, era algo tan real como la muerte que en el momento de aparecer le engañaba. Entonces la irrealidad sobrecogía el instante, hacía volar el pensamiento, el alma hasta rozar las nubes para luego caer en picada y romper el tiempo con un rugido de engranes y poleas. Quién lo podía saber mejor que él, que conocía cada uno de los métodos, desde los más sencillos hasta los más complicados.

Toño no debía tardar en llegar, de seguro con su ramo de flores y su caja de chocolates, siempre era lo mismo, siempre la misma sonrisa estúpida de los dos sintiendo las miradas alrededor. Felicidades. Gracias. Un abrazo de dos muñecos de plástico más parecidos al Sr. Papa con que jugaba de pequeño que a los dos amigos cincuentones. Después de escuchar las alabanzas de Toño por aquellas medias noches de mole, esas empanadas brillantes de azúcar, la gelatina rellena de fresas, el lomo mechado y la natilla, y que aún lo seguían haciendo sentir tan bien, venía el silencio cubierto de recuerdos. Aún con esas cortas frases, la voz tan infantil que seguía teniendo su amigo, que no correspondía mucho con sus canas y su gordura, lo seguía llenando de regocijo igual que hacía cuarenta y un años. Cada veintitrés de octubre que llegaba a festejarle su cumpleaños era como volver a tener nueve. Efrén sonrió, siempre era igual, eran tantos años. Pero sabía que esta vez sería diferente. Hoy el mundo podría llegar a quebrarse en muchas partes.

Desde pequeños habían sido gordos, muy gordos y eso fue lo que los unió, después fue la profesión: cortar, clavar, disparar. Siempre la fuerza, la sincronía mecánica y tomar aire… el instante, la imposibilidad de fallar, la máscara que cubría el rostro sudoroso y el final rápido; por favor, era la única súplica, la única obligación. Silencio, qué beatífico es el silencio a ratos. Se habían conocido en la escuela, en cuarto de primaria, cuando Toño llegó a vivir con su madre y un hermano con retraso mental a un departamento oscuro y viejo a dos calles de la casa de Efrén. A los pocos días y sin hablar mucho se había vuelto inseparables. Te invito a mi cumpleaños, mi casa está en Colón número treinta y siete. Sí, ya la conozco. Después de cuatro décadas seguía viviendo en el mismo lugar, en esa misma casa con su pequeño jardín al frente y su sala con chimenea, con una bola de recuerdos de unos padres y seis hermanos que nunca había conocido y con su perra disecada en el rincón de su cuarto. Toño vivía solo desde que su madre había muerto; un gato viejo y ciego que se la pasaba acostado en el sillón de la sala era su única compañía.

Siempre había sido más llevadero ser dos gordos en un salón de clases que uno solo. Ahí estaban siempre, a la hora del recreo, con el sol encima, sentados juntos comiendo, mientras los demás niños jugaban. Era todo un acontecimiento para Efrén mirar lo que Toño traía en su lonchera, era todo un acontecimiento el sol. Sí, eran muy gordos y casi no hablaban entre ellos, pero les gustaba estar juntos.

Frente a la ventana, tamborileando sus dedos en el alféizar, sin dejar de saberse observado, Efrén miraba pasar a la gente como en cámara rápida, no había una continuidad sino una consecuencia de imágenes, miles, una tras otra pero que no lograban unirse en el discurrir del tiempo, sino que lo iban deteniendo como una locomotora vieja. Y al verlo así todo se convertía en fugacidad. El barrio se había vuelto una zona muy transitada, llena de comercios, llena de oficinas y puestos de comida. Ya no era ese lugar tranquilo donde salía con su amigo a pasear a Lola, su perra bulldog que era tan gorda como ellos dos.

Pasaban de las cinco y Toño no llegaba, y siempre había sido tan puntual. Con su paso elefantino perfectamente sincronizado nunca lo podías apurar, él sabía perfectamente medir el tiempo que duraría en llegar a cualquier parte, eso le había enseñado, el valor del tiempo y más en su trabajo, no cabían los retrasos ni los adelantos, todo debía ser sincronizado. Mientras estudiaron juntos todas las mañanas Efrén pasó por Toño para ir a clases. Se sentaba en el quicio de la puerta y esperaba exactamente cinco minutos hasta que Toño aparecía resoplando. Hola. Hola. Tardaban exactamente veinte minutos en caminar desde la casa del amigo hasta la escuela, y caminaban los dos callados, pero sintiéndose fuertes de estar juntos. Toño era muy blanco, de labios pequeños y gruesos, nariz chata y cabello lacio y rubio. Efrén era moreno, de nariz aguileña, cabello quebrado y negro y boca muy grande. Pero con la capucha puesta eran muy similares, casi idénticos. Toño un poco más gordo. Muchas veces intercambiaron ropa, les quedaba a los dos, tenían el mismo tamaño de pie y el mismo olor fuerte a sudor.

Mario Heredia

Nació en Orizaba, Veracruz en 1961. Radica en Guadalajara desde hace dieciocho años, donde realizó el diplomado en creación literaria en la Escuela de Escritores SOGEM. Ha participado en diversos talleres con escritores como Juan Bañuelos, Agustín Monsreal, Marco Antonio Campos, Edmundo Valadés, María Luisa Burillo y Martha Cerda, entre otros.

Es coordinador del taller de narrativa de la SOGEM Guadalajara desde hace seis años, e imparte varios talleres particulares. Es tesorero del PEN Club Internacional, sección Guadalajara.

En 1993 obtuvo el primer lugar en el Concurso Nacional de Cuento “Edmundo Valadés” patrocinado por el INBA y la Delegación Iztacalco, por el cuento Preludio de un funeral. En 2003 obtuvo el Premio Internacional de Novela “Sergio Galindo”, convocado por el Instituto Veracruzano de Cultura y CONACULTA, por su novela A la diestra del padre.

Sus cuentos se han publicado en diversas revistas y periódicos nacionales e internacionales, además de los libros de cuentos Los trece círculos del caracol (Secretaría de Cultura de Jalisco), A dos tintas (Luciérnaga editores) y Un bosque muerto (Mantis editores). Y sus novelas Memoria de mis huesos (Luciérnaga editores), Estas celdas que soy (Mantis editores) y el libro Las sagradas noches (Mantis editores/Gobierno del Estado de Jalisco) que consta de dos novelas cortas. A la diestra del padre (Instituto Veracruzano de Cultura y CONACULTA) próximo a publicarse en el 2025. El poemario Los espíritus de la música fue publicado en la colección El ala del tigre, UNAM. Su novela Aquí no se ocupan hombres sin morir la escribió en 2005 con el apoyo del Programa de estímulos a la creación y desarrollo artísticos (creadores con trayectoria) del Gobierno del Estado de Jalisco. También en 2005 fue reeditada su novela Memoria de mis huesos bajo el sello de Ediciones Monte Carmelo en Tabasco. En 2006 obtuvo el Premio Nacional de Cuento “Agustín Yánez” por su libro “Historias de amor y de monstruos”.

   
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