Serenas Estaciones

Los grandes espejismos
Canto Primero

Inicio el viaje a tus pupilas,
al verbo y a la luz que lo habitaba
en aquellos largos inviernos
sembrados de siluetas por la lluvia.
Hacia esas calles confusas y grises
de las grandes ciudades
cubiertas de máscaras indescifrables y tristes
donde borraría los rostros que la brisa dibujara
y los nombres todos,
dispersos aún por las paredes
de los viejos edificios.

Inicio el viaje aquí,
en este rincón del mundo que teje
y desteje el viejo chal de quien espera.

(Todavía hoy,
con nuevos y solemnes vestidos,
los viejos navegantes atraviesan este mar
y aguardan el amanecer sobre sus olas,
siempre despeinadas
por el viento del nordeste.)

Canto Segundo

Si el universo cantara en tus rincones,
como este mar
que canta en tu costado,
rebosante de peces de mil colores serpenteantes.
Tibia ilusión de horas deshojadas de recuerdos
y, sin embargo,
alegres y festivas como los atardeceres del verano.

(Era el estío y el hastío que llenaba de voces
los rincones del espejo,
los aposentos todos
cargados de un sopor insoportable,
donde la ciudad desdoblaba su rostro
de cenicienta inmaculada y gris,
como las estatuas de sus próceres.)

¿Qué caminos cabrían en un corazón hambriento
de luciérnagas?

Canto Tercero

¿En qué costado del mundo dormía tu nombre,
siempre innombrable,
que convoca los grandes espejismos?
¿Qué sueños sembraban de caricias
la tibieza de tu cuerpo
desnudo y destellante de nuevas marejadas?

Éramos, entonces, exiliados de otras vidas
y, sin embargo, danzas aún sobre la miradas
del insomnio.

¿Qué hora marcarán ahora los relojes de Bruselas,
tan lejos de este trópico y su mar?
¿Qué hora tocará el deseo
en el marasmo de una noche convertida
en la nueva fundación del universo,
ya no caos ni remolino,
sino delirios que tantean el gesto apasionado
de esta playa y sus orillas?
¿Qué música podría evocar
las sombras de esta luz
en este planeta verde y agreste
donde el amor establece sus recintos?

Y, al final, cuántos kilómetros faltarían
para culminar el viaje
que iniciara a tus pupilas,
si siempre regreso a los desvencijados atardeceres de la lluvia
y a tus calles despobladas de sus alegres vestiduras,
donde el hambre, aún, sigue asentando
sus dominios.

Reinvención del territorio

1.

Los días eran espejos transparentes
sobre tus ojos siderales,
escrituras en una piel concebida
para todos los sentidos
donde el poema cobraba formas nuevas
y espesuras.
Sembradíos del nombre
que la pasión acogía sobre el tálamo
dispuesto al banquete de los nuevos desposados.

Los días eran resguardo de malos presagios
y buenas providencias,
el cuchillo de la tarde sobre el mantel del agua
tiñendo de un silencio amargo y gris
las voces de los desvelados,
dibujando los paisajes y sequías
en el reciente vecindario,
el duro signo de la soledad sobre la mirada
del ausente.

(Las noches, tu cuerpo cobraba brillos
nunca vistos y colores.
Era la hora que llegaba
para el festín que anunciaban
los otros espejismos.)

2.

Dadme los alimentos y el aliento,
el pan y sus levaduras más elementales,
el signo más nuevo,
que viajo a través de viejos trenes
con sus antiguas linternas y estaciones.

Es el regreso de sueños cabales y escrituras.
Bajo la sombra del almendro atolondrado
del domingo
suena Bach con sus presencias,
la memoria y lo inmemorable
de los signos del eclipse.
(Eduardo conversa, aún, con Jacques
a través de unos años
ya borrados por la muerte:
sus canciones dibujaban arabescos
en medio de este invierno condensado
en las ventanas).

Empinada sobre el horizonte del planeta
la música tejía la red del firmamento
más fulgente.
Signos estelares evocaban los desgastados faroles
de los parques
y la mesa dispuesta de manjares
para la última ambrosía.

El mar era una alfombra tejida de luciérnagas:
tiempos en que la sed era la medida del agua,
el asombro de un milagro de estaciones
casi inalcanzables.

Dulce, escucho aún, la canción de sus sirenas.

3.

Estableceremos un orden que sea nuevo,
como elegidos a bordear el mar
y navegar sus singladuras.
(Somos viejos marineros
barrenados por la sal de la brisa
y la arena inabarcable de este sol).

Aquí, en la vida, la muerte cose agujeros
a la piel de los hombres:
es la podredumbre y sus misericordias.
¿Qué temblor podría sacudirnos
de tanta somnolencia?
¿Qué banderas silbarían un himno de Beethoven?

Somos la reinvención del territorio
y de sus fieras
batidos sobre el campo del poema,
el asombro de un milagro de estaciones
casi inabarcables
donde cada elemento cobrará definiciones
nunca dichas.

Habrá que escribir cartas nuevas
-nos dijimos-
cuando la pesadilla acabe, finalmente.

Habrá que escribir cartas nuevas
deshaciendo el laberinto y sus delirios.

PABLO MENACHO
Escritor panameño. Nació en la ciudad de Chitré, provincia de Herrera, en 1960.
Poemas y ensayos suyos, sobre literatura y cultura en general, han sido publicados en libros colectivos, periódicos y revistas nacionales e internacionales. Ha obtenido algunos premios literarios. También ha
participado en congresos, encuentros, talleres y conversatorios sobre literatura, y ha realizado dos vídeos documentales: El águila de Azuero (1995) y Los diablos espejos (2000).
Aparece en algunas antologías sobre poesía panameña e hispanoamericana.
Ha publicado los libros:
Futuros ejércitos del mundo (1980), Voces en la
lluvia (1983) y La sola mar (1989).

Ejerce profesionalmente como diseñador gráfico.

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Índice
- Los grandes espejismos
- Reinvención del territorio
- Serenas estaciones
- Los nuevos sembradíos

   
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