Damien Hirst: Visitaciones

Visitaciones, una forma distinta de ver el arte.

Ma. Fernanda Matos Moctezuma.
Directora del Museo Nacional de San Carlos.

Un museo que atesora el pasado y se desentiende del presente, corre el riesgo de convertirse en fósil, en ”pieza de museo”. Theodor Adorno se refirió alguna vez la connotación negativa de la palabra museal y la asociación, más que fonética, dada entre las palabras museo y mausoleo. Y es que el término remite a lo viejo, a lo caduco e inmóvil. Mantener vivo el interés por visitar un museo implica propiciar nuevas lecturas del acervo que posee, de sus contenidos y formas, de manera tal, que el visitante encuentre elementos que despierten su curiosidad y deseo por conocer los objetos artísticos. Una manera de lograrlo es por medio del contraste y el estudio comparativo.

El Museo Nacional de San Carlos se ha propuesto durante los últimos años organizar exposiciones que abran nuevas pautas de conocimiento sobre las colecciones que guarda, ya sea a través de exposiciones temporales que enfatizan las características de alguna época, técnica o temática, o bien con la presencia de la obra de artistas que de alguna forma se vinculen con su vocación. La oportunidad única que ahora tenemos de exhibir las obras de uno de los más destacados artistas del presente siglo, el británico Damien Hirst, en forma conjunta con las obras de maestros consagrados por la historia, da cabida a reflexiones sobre algunos aspectos que aparecen reiterada y simbólicamente en las manifestaciones artísticas a lo largo de siglos.

Las preocupaciones humanas no parecen haber cambiado sustancialmente de las Cuevas de Altamira a nuestros días. El sacrificio, el rito, el temor a la muerte, la preservación de la vida, la curación son, entre otros, temas recurrentes tanto en la Edad Media como en el Barroco o el Romanticismo. La posmodernidad también da cuenta de ello.

Damien Hirst tiene el reconocimiento internacional hace ya varios años, ha sido ampliamente comentado en la Prensa y en revistas especializadas. Su valor de mercado alcanza cifras inimaginables. Es sin duda un artista polémico y poderoso que lleva tras de sí la fama y un enorme equipo de ayudantes, entre técnicos y científicos, debido a la complejidad de su obra. A la manera de los viejos maestros medievales o barrocos, el artista concibe la idea y se vale de un equipo para
su realización, sin embargo, éstos no son especialistas en talla o en aplicación de lámina de oro, ni aprendices de pintor que ayudaban al terminado de la pintura por encargo que se hacía en los grandes talleres de un Rembrandt o un Rubens. Antaño el artista se valía de artesanos que compartían un lenguaje común ligado a las habilidades relacionadas con el arte. Se trata ahora de un equipo que trabaja en forma interdisciplinaria, en el que cada uno es dueño de conocimientos especializados. El químico, el taxidermista, el biólogo, el ingeniero o el artesano, hacen su correspondiente trabajo como parte de un todo que se une a las tareas de otros especialistas. Los fragmentos del saber individual, técnico, científico o artesanal, habrán de unirse para completar y materializar la idea del artista.

Poner las piezas de Damien Hirst dentro del contexto de las salas de exposición permanente del Museo, rompe la dinámica habitual de sus espacios, creando un ambiente de ruptura, por la aparente incoherencia que implica el encuentro repentino de un objeto artístico inesperado dentro de tal recinto. Su mera presencia modifica la percepción del espacio y del tiempo. El espectador se encuentra ante obras colocadas de acuerdo a un guión museográfico, planteado en forma lineal e histórica, entrecruzado con un elemento cronológicamente extraño que provoca el cuestionamiento y la revisión de conceptos. Colocar las piezas de Hirst en un espacio diferente a la exposición permanente, no habría tenido el mismo sentido, Valorar su obra frente al conjunto de piezas representativas de diversas épocas, exponerlas al diálogo directo, lo mismo con tablas medievales que con telas pintadas en el siglo XVII o en el XIX, posibilita un análisis transversal que las pone en conexión a través del recorrido, con diversas formas de interpretar el mundo a lo largo de más de cuatro centurias. Sin embargo, para la colocación de la serie de estampas La última cena fueron otros los criterios, destinándose una sala específicamente para su exhibición.

En estas visitaciones el invitado del Museo es Damien Hirst. En el ámbito de la galería Hilario Galguera, la visitación se da a la inversa: el Maestro de Flandes, Gilles Mostaert el Viejo, Francisco de Zurbarán y Andrea Vaccaro, se instalan como invitados junto a In nomine Patris. Las obras pasan del lugar público a la privacidad de la cámara cerrada, seleccionadas exprofeso para ser expuestas junto a los tres corderos en actitud de crucifixión de Hirst, inmersos en tanques con agua y formol. Todo el conjunto lleva consigo la idea de la inmolación. Sacrificio y rito se repiten, saturan el ambiente. Los pintores del viejo Renacimiento y el Barroco evidencian la fuerza de su
presencia en esta convivencia de tiempos y formas que dan fé de la tradición, del hilo conductor que une al artista británico con ellos.

Visitaciones une el esfuerzo de dos instituciones para lograr un proyecto que ocurre simultáneamente en dos espacios, el público y el privado, conscientes que en la actualidad, tanto el museo, como la galería, se ven impelidos a replantear sus funciones para no caducar. La galería se convierte también en lugar que invita a la reflexión para dejar de ser solamente un lugar de exhibición para la venta. Visitaciones conmina al espectador a participar, haciéndolo mirar el arte de una manera distinta a la tradicional, invitándolo no solamente a ver, sino también a pensar a través de la visita de ambos espacios, en esta oportunidad especial que se nos presenta de tener la obra de Damien Hirst en México.


Visitaciones: Damien Hirst en el Museo Nacional de San Carlos

Por Jorge Reynoso,
Jefe de investigación y exposiciones
de la coordinación de artes plásticas del INBA

A finales de la década de los ochenta del siglo XX, el movimiento conocido como Young British Artists (Jóvenes artistas británicos) cobró el aspecto de un exitoso y furibundo tornado cultural y mediático, rebasando los límites del escenario artístico y alcanzando los territorios de la política, la sociedad, la moda y el mercado, anteriormente dominados por los centros de Nueva York y París.

Dentro de esta nueva “ola inglesa” – correspondencia dentro de las artes visuales a las que acontecieron en las anteriores dos décadas en la música y la contra-cultura – es indudable que la figura más notoria ha sido la de Damien Hirst (Bristol, G.B., 1965), representante de una generación que reaccionó creativa y agresivamente ante la hipocresía cultural de la derecha conservadora británica, al tiempo que se benefició paradójicamente del estímulo mercantil de esta tendencia política.

Sin embargo, la enorme y todavía vigente controversia que persiste hacia la obra de Hirst -controversia que deambula entre el entusiasmo y el escepticismo de públicos, especialistas y mercados del arte - a veces oculta los denominadores comunes entre este artista y algunos caminos del arte británico a partir de la posguerra (1945), mismos en los que ha sido común el interés por el arte de otros siglos; este interés, que han compartido pintores británicos tan distintos como Francis Bacon, Lucian Freud y David Hockney, se extiende desde las formas y temáticas del arte del pasado hasta sus técnicas y sistemas de simbolismo visual. No son pocas las referencias en el arte británico reciente a la pintura y escultura barrocas relacionadas con la cultura y el ritual católicos, siendo el catolicismo frecuentemente proscrito en Inglaterra durante los siglos XVI y XVII y desde entonces identificado con la rebeldía y la defensa de la diferencia. Como oposición al puritanismo y al racionalismo materialista, la estética católica ofrece un rico repertorio paradójico de exaltación de lo corpóreo y lo espiritual, dándole cabida también a lo demoníaco y una expresión visual, física, a la muerte, expresión que es a veces discretamente ocultada en las sociedades anglosajonas. Esta influencia alcanza a Hirst también por otra vía: en las letras de las canciones que escuchaba de adolescente abundan referencias ambivalentes a lo apocalíptico y a la lucha entre los poderes celestiales e infernales.

Por otro lado, Hirst pertenece a un grupo de artistas europeos recientes que han encontrado una fuente de inspiración en los museos, ya sean éstos de arte o de ciencias. Desde 1988, cuando su obra recibió la atención pública, han sido constantes las citas en la obra de Hirst a la relación entre cadáveres, especimenes para uso científico o museístico y parafernalia religiosa, como los altares y relicarios.

El Reino Unido fue uno de los pioneros, desde inicios del siglo XVIII, en el establecimiento de espacios para la exhibición pública de colecciones de toda índole. Exhibir colecciones de artefactos y especimenes ha sido una privilegiada estrategia para representar al mundo en las sociedades occidentales, convirtiéndose los museos, los gabinetes, las bodegas y las colecciones en un repertorio de ricas referencias que numerosos artistas imitan, parodian, critican y analizan, como una de las tantas estrategias con las que cuentan para relacionarse con la sociedad y su realidad; pero también para relacionarse con las creaciones del pasado, vinculándose con ellas de maneras a veces extrañas y contradictorias – en ocasiones, incluso reverentes -, siendo ésta una de las actitudes características de la llamada posmodernidad.

Las “visitaciones” de algunas obras de Hirst a las salas permanentes del Museo Nacional de San Carlos, nos permite contar con nuevas perspectivas, tanto hacia el arte del pasado como hacia el arte contemporáneo, alumbrándose coincidencias y divergencias más difíciles de contemplar a partir de una visión lineal del tiempo y del arte. Las complejas interacciones de nuestros pensamientos y nuestras culturas no se establecen a partir de caminos rigurosos y unívocos, sino a manera de derroteros que se entrecruzan en múltiples sentidos. Probablemente, y a partir de esta mirada abierta, podemos intuir nuevas maneras de ver y de pensar los destinos y las razones del arte.



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