11

Llenarte de culebras cansadas, ha sido mi cuerpo.
Llevar el lodo alado, besar de lodazal en la abierta
química. Esta mordaza lúdica no son mis manos,
son, instante ingenuo de tu calca, las desvanecidas
para llenarte de calvas en la selva, llenarte
como lluvia llorosa en tu pulgar de llave maestra.
Entre la hierba puedo cambiar, yacer, mientras te inundo
de llamadas extrañas de extraer la llanura
sobre el horizonte de tu deseo, sobre la gravidez del golpe
y sobre cuerpos, nuestros y cosificados.
Hay que llenarte como a la olla en la llama,
ponerte de fondo físico mi lunar tan otro,
este lugar no es mi cuerpo, este cuerpo no es mi labio.
Te lleno para extraviar el huracán.

12

Llenar, ahogar, sembrar, conectar, improvisar en tu luz.
Luz de cuna de lobo de labio. Cambiar, para ti,
la quemadura del cántaro.Y al corresponder
a tu cúspide de ahogo, labio tímido, te mido
al llenar, otra vez llenar tu vacío de río de narciso feliz
en la flauta que no cesa. Musicalizar, incorporar tu nevado
al lomo de la muela. Aquí la muela flota, la curva canta,
la cortina celebra su disfraz y tú te juntas.
Colgar, amar, zafar, aventar aquella voz de mamas mansas
en que ríes río, ruedas en la pena púdica de tu texto,
tu tinta de vena que se debate en la llama.

(movimiento)

No te persigo. No voy detrás de ti para centrarte
en mi pecho de nube efímera o navío de básculas
que se acrecientan sobre el agua. Yo persigo una laguna
de roca intermitente, y en la punta de compuerta te miro
obrar como si en la persecución yo sucumbiera.

No me detengo como aquella vez en que reunida
caí en la mesa de mecer y en toda su brújula de ventisca
enjaulada. No voy de cacería de húmero humeante.
Te pongo en mi recreo de cálculos invertidos. Ya te tengo.

No busco tu regazo para oscurecer el empeño en sí.
El empeño no conoce las formas, celebra su centro
de trama internada en poseerse y se pudre,
lejos de donde podría buscar tu músculo.
No es por ti precisamente esta inundación de tejidos
acalambrados. No es una caja prendida.
No es la luz de tu certeza que estremece la noche.
Esperar a que tu voz se precipite en la compuerta.
Tu vaga voz en la vitrina del viento.
Habrá que esperar a que el reloj te junte.

Mi pulso de pelota ha parido su pauta
(pienso en la pendiente de tus ojos opacos).
La columna vertebral me ha dejado la veta veraniega.
Mi pulso, mi paraguas, mi pintura de pelo,
han escuchado a la pelota parir el ramaje de tu ritual.

(laguna)

Justo ahora que compongo la cuarteadura constante,
te he visto cortar, cubrir, culminar en el cauce
como torrente de vino veloz y he confundido
la forma del cristal. Te he querido en la planta,
de pez en el pozo, portavoz en trance.

Pero justo ahora te compongo y te desbaratas,
justo ahora que te cierro de salud en la idea
profunda de ti, encuentro tu recado clavado,
tu alambre junto al mío brotar del muro disuelto.

Justo cuando la luz cegaba nuestras cabezas o carromato
de sobadas sílabas entre dos voces, sedientas suturas
de sonaja distraída en el justo medio como juncos
en el ombligo del lago (labio letal de lirio perdido
o laguna que mueres en arena).

Justo entonces, cuando las olas anestesiaban la bolsa llena,
cuando las aves se distanciaban en el laberinto,
ese disco gravitó fuera de la secuencia.

La luz cegaba la grava y la gotera se iba girando,
el cromatismo me llevaba a ti, las colmenas, las curvas,
dedos remotos que no han podido contarme.
Vierto la vena que me dejas al lago.

(báculos)

Te subo a mi lunar, larga lengua, te subo a separar
la sonda de goce de sorda savia y toco la pierna y te grabo,
gradúo la gotera del gancho, engendro un pez,
pinto la oscuridad del clavo, cuadernos
que quiebran su cauda gastando tu gruta,
yo parto la raíz y en la disección nadas,
como si mi lunar fuera una luna llena.
Te orillo a llamar y te lloro al complicar tu música.

Volver al vaso y de vaso vital al cántaro.
La cauda elástica es de cemento, vuelvo
de haber ido al pasado (los pedazos que te veo reunir
son los báculos de tu cerca barbada).
Volver al vértice y a caminar fetal en la matriz,
subo a los ríos como a los verbos de meter la frente
al vaso que nutre. Aquí nos miran mirarnos
y la vulva definida por el dedo diciente da el sitio,
subo a sorbos de lengua.

(lectura)

Caminar por dentro y distraer la rampa de su caída
profunda. Cotejar los vicios, vaciarlos, vivificarlos
en la cuña. Ficus de infancia bajo una lupa.
Tu lupa no puede verme. No vence mi cerca con la vista,
no abarca (en la rampa de caída fecunda) la vértebra.

Caminar para distraer la figura sin fe. Felices de férrea
fragancia (fuimos) en el ave de vientos y hoy cabalgo
o tu frecuencia me desconoce al caminar.

Estoy bajo una lupa de cepillos de pelo en la enredadera
del cráneo blanco. Largas lobelias de Lourdes.
Una aliteración en aulas de la niebla. No, nunca, nieve,
nostalgia novelada y navegante.
Estoy bajo una lupa sin ojos.

(señal)

Sentir la soga. Sudar en la monotonía del tentáculo.
No vayas a omitir la soga, ni te salves de la sensación
de sed sedienta. Sírvete al sentir o decir de lirio de ciudad.
Lirios he prendido de ti, libélulas de labios lechosos.

No vayas a pensar que sólo la pulpa de ansiedad sonaba
en el arroyo. Yo arribaba al sentir la soga y era un sudar.

(Dar el sudor al sol que sabe. Un destino tiembla
en el tumulto al ir sintiendo cómo la sutura nace de gozo
y sobra en el zaguán.)

(fusil)

Caer en tu fosa y volver al viento, gama de mundos
oblicuos en cada paso de potencia y en tu forma cerrada,
en esa fábrica frotada, el final se funde y la fosa encalla
en mi cuerpo.

Caer en tu fosa no es caer en mi cuerpo.
Fosa de fauces o fusil de tu labio a mi laguna.

(canción)

Estaba al tanto, tímida y tuya, tanto tiempo
de turbia abierta. Esta silueta es un perderse del entierro
que tapa sin ninguna tensión los tímpanos, hermanos
del tecleo que no se puede obstruir.
Yo estaba al tanto y tenía de todo en el toldo.
Tenía esta cosa sin terreno que parece triturar
cuando se abre el telón. Por ti transitaba,
en ti mi fragua era un temblor atento.
Iba y venía como si no fuera por la voz,
esta valla de vellocidades efímeras.
Luego, seguía tuya en la silla, en la mesa
demolida por los codos encajados como ramas
por debajo, de paso siempre, bajo su albergue grato
y gutural, yo indefinía aún más la espesura.
Abierta en el ojo, abierta en la mesa de mácula
(que no cesa de extender su seducción de aorta)
yo era tímida, un yoyo, una ciruela de cirios
desencontrados y los corazones apretaban
de manera turbia en la abierta.

   
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