E. El autorretrato ante la muerte de 1972: ¿por primera vez, el verdadero rostro de Picasso?

Para acabar con el estudio de los autorretratos tradicionales hemos escogido estudiar el cuadro que nos parece ser la confesión la más autentica, trágica y consciente de la obra. Creemos que es el cuadro el más sincero de toda la producción artística de Picasso. Es el único verdadero autorretrato. En la historia del arte y en la prehistoria del autorretrato, pintarse es aceptar verse ante la muerte. Como lo dice la máxima, ars longa uita brevis. El tiempo pasa, el arte perdura pero la vida es breve. La muerte es una de las temáticas esenciales en la pintura de Picasso, desde los principios hasta las obras finales. Es la obsesión mayor de los últimos años. A lo largo de su obra, refleja la idea de muerte a través de la representación de familiares, de otros personajes como Casagemas. Pero la originalidad del cuadro que vamos a estudiar ahora y que cierra el análisis de la primera parte es que por primera vez, no sólo se proyecta dentro del cuadro sino que proyecta su propia muerte. Ya no se trata de la aflicción o el sentimiento provocado por la desaparición de un ser querido sino de la conciencia de un acontecimiento que está por venir, de un final ineluctable. Es, según nos parece, la clave de este autorretrato. Lo patético y lo trágico no vienen específicamente de la representación de la cara, sino más bien del referente, la conciencia de su propia muerte. Ella ya ha penetrado el ser por la parte derecha del rostro como una herida.
Este cuadro interpela, no por su estetismo, sino por el tratamiento chocante del rostro y de la acentuación de cada detalle. Los ojos, dos pupilas negras, son parecidos a los de varios autorretratos como El autorretrato precubista de 1907. Remiten a la famosa mirada aguda y penetrante, lo único que le queda al espectador una vez que ha visto al cuadro. Son como espirales que simbolizan la dislocación física del sujeto debida a la lenta decrepitud y al asalto de la vejez. Mientras en 1907 afirmaba su independencia por unos rasgos trabajados y ahondados por la materia, en 1972, las arrugas son como ojeras, flechas penetrantes que hacen hincapié en lo trágico y lo cruel del proceso creativo.

Destacan también la nariz y el cráneo simiescos. Veremos en la segunda parte del estudio, dedicada a los dobles imaginados que Picasso suele identificarse con la figura satírica del mono, pero creemos que la apariencia del mono está en el autorretrato ante la muerte desprovista de cualquier voluntad satírica o caricaturesca con respecto a su imagen. La calvicie desnuda el rostro y sobre todo la forma del cráneo. Se parece al de un mono. La nariz monumental y prominente es más bien la jeta de un animal. ¿Quiere decir que acercándose de la muerte se acentúa el proceso de animalización? Es muy probable. Marca los detalles insistiendo en los contornos y geometrizando las diferentes partes como los ojos la boca reducida a un trazo horizontal inexpresiva y la nariz dibujada como un bulbo con dos puntillos negros que representan las ventanas de la nariz. El grafismo confuso de la barba insiste en la pilosidad del pintor. Destaca asimismo la monumentalidad de este cráneo. Por primera vez, la única sinceridad motiva al artista para pintar su confesión última. Como no tiene orejas el personaje se parece a un ser desposeído de su materialidad fisiológica. Lo encontramos también en El autorretrato de 1972 realizado con lápiz grueso y tiza. Notamos además la escarificación en las mejillas que recuerda el arte africano pero, en este contexto trágico, hace más bien pensar en una descarnadura voluntaria del ser. Cuando miramos el cuadro, es como si viéramos caer la carne, como lo confirma el tratamiento particular del lado derecho abierto. Una mejilla se abre como si el hueso saliera y se deshiciera del resto del rostro.

La mirada transparente esta vez, y no compacta como en muchos autorretratos anteriores, indica que ya no puede marchar atrás y lo sabe. Es excepcionalmente grande y abierta, los contornos que rodean las pupilas les confieren la misma autonomía que tiene la jeta. Es rígida, fija, muda pero sin embargo parece querer hacernos acceder a la tragedia del ser. Parece como llamarnos para pedir ayuda o complacencia. Le confiere al cuadro una elocuencia sorprendente, el retrato parece ser secundario mientras los verdadero sujetos son la expresión y las emociones. Picasso no se contenta con pintarse sino que pinta también su drama. Creemos que Picasso quiere que el espectador le considere con sinceridad porque le invita a vivir con él sus últimas horas. Queda claro que, como en los demás autorretratos, nos preguntamos sobre la intención paradójica del artista. ¿Toma a broma su fealdad y su decaimiento o se mira con severidad y angustia por miedo de perder la juventud física y artística? Creemos que Picasso nunca ha sido tan sincero en cuanto a la representación de su imagen, la muerte puede leerse detrás de la máscara mortífera que se confunde con la cara. Aquí está el Picasso de Barcelona, en cada detalle de su fisiología. Hemos dado la vuelta desde los primeros años y desde los primeros autorretratos.

Este autorretrato es sumamente importante también porque es la imagen encarnada de la muerte. Para redactar este párrafo, hemos estudiado el catálogo l'última mirada publicado en 1997 cuando hubo en el MCBA de Barcelona una exposición que reunía los últimos autorretratos de unos pintores modernos.

Cuando el artista pinta este rostro ante la muerte tiene el coraje de poner en tela de juicio todas sus creencias con respecto a su arte y a símismo. En este cuadro, que suele ser comparado con un testimonio, Picasso ha concentrado la expresión en los ojos, todavía vivos y profundos. Se abren como si llegara alguien o como si se produjera un fenómeno sobrecogedor. Entra la muerte para decapitar al artista. Picasso tomó la muerte como modelo y, por eso, la convierte en figura delimitada y patética. Pintando la muerte, busca interpretarla y quitarle el misterio que le rodea. La muerte es una idea pero Picasso quiere significar que, en 1972, cuando la pinta, ella ya está en camino. Por esta representación, el pintor es capaz de contemplar su propia descomposición, de verse como un cadáver y a partir de esto nace el sentimiento de terror ante lo ineluctable. El autorretrato es la expresión máxima de la muerte y sin embargo por la fuerza expresiva de la mirada Picasso indica paradójicamente que es todavía muy vivo y que se aferra en la vida. Vida y muerte están estrechamente ligadas, son las dos esencias de la existencia.

Unos críticos como Pedro Azara explican que en este autorretrato, los sentimientos de miedo, de angustia o rabia son ausentes. Nos parece que se debe matizar esta idea. En efecto, pintar la muerte, pintar su propia muerte es también lograr anticipar el drama, lograr distanciarse de la angustia, exorcizarle con vitalidad creadora y la sabiduría. Pero no se puede ignorar el terror evocado en la intensidad de la mirada y en la descarnadura del rostro. Anticipa la muerte y la representa por la materia plástica, porque la idea de lo ineluctable le espanta profundamente. Y a pesar de todo quiere exorcizar la idea de muerte. En su artículo La vida y la muerte en el autorretrato, Jean-Jacques Wunenburger explica muy bien que el carácter fundamentalmente paradójico de la autorepresentación está en la representación de la muerte. Expresa "el júbilo narcisista" y a la vez, la angustia y la melancolía del artista quien se proyecta en el espacio pictórico del que está prisionero y que le aleja de la realidad de su propio cuerpo. Con este autorretrato aplica esta vez y de manera única el poder de representación a sí mismo. Por primera y última vez proyecta su rostro en la pintura para que sea visto y para que le veamos también.

Picasso logra aquí ser modelo, pintor y espectador, es a la vez prisionero de la representación de su cuerpo así reflejado y espectador exterior del espectáculo de la muerte. Se mira con narcisismo desde el exterior de su creación y a la vez sufre, encerrado dentro del cuadro, los cambios físicos. En la mayoría de los cuadros, Picasso logra distanciarse de su imagen, sea por la ironía, la caricatura, sea por el disfraz o la puesta en escena. En las caricaturas de principio de siglo se distancia de la representación realista de los autorretratos barceloneses para transformarse en el pintor bohemio y exiliado que va a buscar fortuna en París. Más tarde, viste disfraces de arlequín, de minotauro, y logra así distanciase del desdoblamiento de personalidades psíquico. La creación, es pues una manera de liberarse y de integrar la representación plástica, sea una representación por definición ficticia, con la integridad psicológica. Intenta, por el autorretrato, la imposible fusión entre interior y exterior, entre lo físico y lo psíquico. He aquí, nos parece, la originalidad y la sutilidad de la pintura de Picasso y específicamente en el ejercicio de autorepresentación ya que se trata de revelar su propia imagen sin decir demasiadas cosas pero siendo no obstante lo más sincero.

En El autorretrato ante la muerte de 1972, el cara a cara con la muerte equivale a la confrontación de uno con su esencia más íntima pero el ejercicio es paradójicamente vano ya que el artista, como cualquier hombre, nunca se verá tal como le ven los demás. La mirada, en este autorretrato va más allá de las apariencias. Como lo subraya Jean-Jacques Wunenburger, es como si los ojos ya no consideraran únicamente el espacio en el que se desarrolla el acto de crear. Mirándose con los ojos de la muerte, el artista ya se afirma alejado del mundo de la realidad, por eso consideramos que es una mirada auténtica. Es el verdadero último autorretrato de Picasso, ya no habrá más. En este cuadro el artista se reduce a su mirada y ha llevado hasta lo extremo el proceso de verificación de su capacidad de expresión. La pintura ha encontrado con el autorretrato una prueba decisiva. Por este ejercicio el pintor hace el relato de su existencia, desde los principios hasta la muerte fatal. Picasso se ha quitado todas las máscaras, de comedia y de tragedia para revestir la suya, la única y la última.

Con este cuadro, Picasso otorga a la muerte a mirarse de frente, como lo explica Sogyal Rimpoche en su artículo "El fondo de tus ojos". "La muerte es el espejo donde el sentido de la vida se refleja." El mensaje es complejo, va más allá de la simple preocupación por el autorretrato, le ofrece al espectador su imagen, sin piedad, sin concesión y, por este acto, le ofrece a la muerte su máscara y le da una cara. Este cuadro ilustra el último aliento de la creación.

Hemos dado la vuelta y así demostrado la estrecha relación entre los autorretratos de juventud y los últimos. Las imágenes que ambos revelan no son tan alejadas las unas de las otras porque muestran el intento de equilibrio entre imagen oficial y representación plástica acertada. Los estudios de esta primera parte ponen de realce la doble imagen de Picasso en sus autorretratos. Juega con la crítica y se apoya sobre ella para presentar una imagen sincera pero, a menudo caricaturesca según el contexto o el estado de ánimo del artista. Los autorretratos de juventud son claramente marcados por la afirmación de uno mismo, tanto en el punto de vista personal como en el artístico. Los últimos autorretratos, al contrario, aunque muy sinceros, revelan el distanciamiento que realiza con respecto a la imagen mediática y a la idea del genio. En este periodo domina una imagen voluntariamente irónica, burlona, con respecto a la vejez y al genio ya establecido. Sin embargo, nos parece interesante relacionar los autorretratos de estos dos periodos porque la perspectiva es la misma; mirar y estudiar al sujeto, su propia figura, su propia imagen, que se constituye como objeto del cuadro. Todos los autorretratos estudiados en esta primera parte muestran cierta debilidad frágil para con la imagen de sí mismo ya que en todos transparentan sentimientos y emociones iguales. El primer movimiento de nuestro estudio pone de realce el autorretrato como revelación, como confesión. Las dos tendencias, entre sinceridad y subversión, dominan, pues, tanto la obra de juventud como las últimas producciones. Coinciden al final, con El autorretrato ante la muerte de 1972 para mostrar el verdadero rostro de Picasso presa de su propio envejecimiento y obligado a constatar la evolución de su obra y de su existencia. Vamos a estudiar en la parte que sigue la dimensión metafórica de la autorepresentación en la obra de Picasso, por eso privilegiamos ahora el término de "autorepresentación". Lo que tenemos que plantearnos ahora, es si el artista se sirve de la pintura, de la autorepresentación más específicamente, como unas ficciones para plasmar su universo o su verdad. ¿Cuáles son estas ficciones?


Introducción general

El autorretrato, la autorepresentación

Primera parte:
El autorretrato tradicional: la imagen de sí mismo

I. La imagen de la juventud: la voluntad de afirmarse
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II. Entre confesión y sátira, los últimos autorretratos:
el inevitable e implacable enfrentamiento consigo mismo
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Segunda parte:
Los dobles híbridos y las imágenes disfrazadas

I. El arlequín
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II. El minotauro
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III. El mono

Tercera parte:
Síntesis: El creador

I. La imagen legendaria del pintor con sus atributos
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II. El Creador

III. La foto

Conclusión

Bibliografía